Uruguay
José Alberto Mujica Cordano, expresidente de Uruguay, exguerrillero, referente internacional de la austeridad en la política y figura clave del progresismo latinoamericano, ha fallecido a los 89 años tras una larga batalla contra el cáncer. La noticia fue confirmada este martes por el presidente uruguayo Yamandú Orsi, quien expresó que “Pepe eligió su momento para partir, con la dignidad y entereza que lo caracterizó toda su vida”.
El deceso de Mujica marca el cierre de un capítulo fundamental en la historia política del continente. Su vida, cruzada por la lucha armada, la prisión, el poder y la filosofía de lo esencial, se convirtió en un símbolo global del liderazgo honesto y despojado. A lo largo de su trayectoria, Mujica transitó desde la clandestinidad del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en los años 60, hasta la presidencia de su país entre 2010 y 2015, donde gobernó con un estilo directo, sencillo y sin privilegios.
Nacido en 1935 en el humilde barrio Paso de la Arena, en las afueras rurales de Montevideo, Mujica forjó desde joven una visión política marcada por las injusticias sociales. Tras sumarse a la guerrilla en 1964, fue detenido en cuatro ocasiones, baleado, torturado y recluido durante una década en condiciones inhumanas. En su encierro, en celdas de menos de dos metros cuadrados, libró batallas contra la locura, alimentando ratones y domesticando ranas como único contacto con la vida.
“Nos querían lelos, pero no pudieron”, recordaba al hablar de esos años de aislamiento. Fue uno de los “nueve rehenes” del régimen militar uruguayo: líderes tupamaros cuya ejecución se consideraba inminente si sus compañeros retomaban las armas.
Su regreso a la democracia, tras la amnistía de 1985, no fue un retiro, sino el inicio de su carrera institucional. Mujica fue electo diputado en 1994, senador en 1999, y culminó su camino al poder con la victoria presidencial de 2009, como candidato del Frente Amplio. Gobernó con sobriedad, promoviendo leyes de avanzada como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del cannabis.
Durante su mandato, Mujica rechazó el boato. Vivía en su chacra de Rincón del Cerro, acompañado de su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky, y su perra Manuela. Manejaba un viejo Volkswagen Escarabajo y cultivaba flores y verduras. Desde allí recibió a mandatarios y dignatarios, con botas embarradas y lenguaje llano. Su imagen dio la vuelta al mundo como “el presidente más austero”, aunque él prefería decir: “Pobres son los que necesitan mucho. Yo aprendí a vivir liviano de equipaje”.
Ese desapego lo convirtió en un referente mundial. Su discurso en la Cumbre Río+20 en 2012, donde cuestionó el modelo de desarrollo basado en el consumo compulsivo, aún es citado como una advertencia lúcida y premonitoria sobre el rumbo del planeta.
En los últimos años, Mujica enfrentó un cáncer que comprometió primero el esófago y luego el hígado. Pese a los tratamientos, incluida una serie de 31 sesiones de radioterapia, su salud se deterioró gravemente. En enero de este año, anunció públicamente su retiro de toda actividad política. “Hasta acá llegué”, dijo entonces. Tres meses después, hizo su última aparición pública acompañando a Orsi, su delfín político, durante el cierre de campaña presidencial.
Hasta sus últimos días, mantuvo intacto su humor ácido y su convicción existencial. “No cambié el mundo, pero le di sentido a mi vida. Moriré feliz”, declaró en una entrevista con el diario El País. Consciente de sus limitaciones como gobernante, Mujica se aferraba a la ética del intento, no del resultado. “Me cagaron a palos, pero no tengo cuentas para cobrar”, sentenció.
Para Mujica, la política no era una profesión, sino una forma de vivir con sentido. Rechazó venganzas contra sus antiguos carceleros, abogó por el perdón y la convivencia, y alertó siempre contra los peligros del odio. “En la vida hay heridas que no se curan, pero hay que aprender a seguir viviendo”, decía.
Su pensamiento, mezcla de marxismo, estoicismo y campesina sabiduría, caló hondo entre jóvenes, movimientos sociales y líderes políticos de diversas tendencias. Encarnó una figura de autoridad moral en tiempos de descrédito institucional.
Con su muerte, el continente pierde no solo a un expresidente, sino a uno de los últimos referentes vivos de una izquierda romántica, utópica y profundamente humana.
El gobierno uruguayo ha decretado duelo nacional de tres días. Se espera una masiva movilización ciudadana en Montevideo para rendir homenaje al “Pepe”, como lo llamaban con afecto millones en América Latina y el mundo. Sus restos serán velados en el Parlamento y, por expreso deseo, descansarán en su chacra, junto a los árboles y el horizonte que tanto amó.
José Mujica no deja herederos políticos, sino discípulos del ejemplo. Su vida fue una declaración política en sí misma: que es posible ejercer el poder sin perder la esencia.
“El hombre no es el lobo del hombre, es el hermano. Lo demás es cuento”, repetía. En tiempos de polarización, su voz queda como testamento de una causa sencilla, pero inmensa: vivir con dignidad.